domingo, 1 de noviembre de 2009

Nos movemos, a veces, haciendo las cosas a medias, sin dar o poner todo lo que podemos, como si estuviéramos contenidos, frenados o imposibilitados de obrar con toda franqueza y libertad. Lo mismo nos pasa cuando hablamos con otros, que previo a escuchar y comprender lo que nos dicen, ya nos vamos formando de antemano una opinión del otro.
Así siguiendo, nos movemos con prejuicios y valoraciones que forman una idea previa (y a veces el juicio indiscutible) sobre las otras personas, sobre lo que hacemos y sobre nosotros mismos. A este fenómeno lo llamamos reservas.
Las reservas impiden el contacto fluido con las otras personas. Nos detiene en la marcha por prejuicios, sin fundamento más que el echo de creer algo sobre alguien o sobre nosotros mismos, impidiendo que se lleve a cabo lo que queremos. Las reservas son la acumulación de resistencias que, al no ser vencidas, generaron un mar de ideologías que las justifican, frenando el desarrollo personal, bloqueándolo. Puede haber reservas de todo tipo que actúan en el pasado (por algo que ocurrió), en el presente (por lo que hoy siento) y en el futuro (por lo que creo o imagino).

En síntesis, las reservas son aquellas cosas que “están” detrás de lo que uno hace, siente o piensa y es de interés trabajar con ellas para ganar en fuerza, paz y comprensión.